"No tengo ninguna confianza en mí mismo. Siempre
siento que todo el mundo es más competente, más atractivo, más dotado que yo.
Incluso las cosas que he logrado llevar a cabo no cuentan, porque no puedo
creer que yo las hice; puede haber sido sólo un golpe de suerte. Desde luego,
no estoy seguro de que podría hacerlo de nuevo”
(Karen Horney)
Estas palabras las pone Horney
en labios de quien ella llama el Tipo Complaciente, la persona que ante el
conflicto básico elige el movimiento de ir
hacia los otros. Y al ue le dedica el capítulo 3 de su obra Our inner conflicts (Nuestros conflictos
internos)(1945)
Ir
hacia los otros o El Tipo Complaciente
“Me porto bien, luego
existo” es el leitmotiv de su vida. El
Complaciente tiene un deseo básico de intimidad y pertenencia combinado con una
insaciable necesidad de sentirse seguro.
Esta última es la que lo impulsa a negociar como lo hace. Horney afirma que esta conducta se estructura
entre los 5 y 8 años de edad, asociada a la represión de las expresiones de
rabia. Si al hacerlo el niño es felicitado o por lo menos sobrevive, descubre
que la docilidad le abrirá las puertas en la vida.
Esta docilidad se mantiene con el paso del tiempo y
el niño la extrapola al ambiente escolar, laboral y a todos en los que se desenvuelva.
Así va necesitando ser aprobado;
necesidad que va in crescendo hasta hacerse, como todas las necesidades
neuróticas, compulsiva e indiscriminada, viviéndola en todos los contextos en
que interactúa y “generándole ansiedad o desaliento cuando son frustradas.”
La docilidad le da la sensación de unidad y estabilidad –seguridad- y se le
hace tan necesaria que reprime fuertemente sus tendencias agresivas para no
perder su “aparente unidad”.
Además de la docilidad, su sistema de valores se
basa en la bondad, simpatía, amor, generosidad, desinterés, humildad. Por eso
desarrolla una serie de actitudes que expresan y a la vez refuerzan su
docilidad:
Una de ellas es “sobreestimar su congenialidad y
sus intereses en común con los que le rodean sin tener en cuenta los factores
de separación. Se hacen entrañables, sobreconsiderados,
sobreapreciativos, sobregratificantes, generosos… Incluso llega a persuadirse de que la gente es
simpática y confiable y que a él le gusta ayudar a la gente, una falacia que no
sólo le dará dolorosos desacuerdos, sino que aumentará su inseguridad.” Son
apaciguadores, conciliadores y, por lo menos conscientemente, no guardan
rencor.
Debajo de su docilidad subyace una gran sensación
de desamparo, considerando a los demás más grandes y capaces que él. Este
sentimiento de debilidad e indefensión se exacerba cuando tiene que competir
con otros. Por eso tiende a buscarse un
“compañero/a” más fuerte que le cumpla todas sus expectativas de vida, se haga
responsable de sus elecciones y, por ser el fuerte de la relación, le
proporcione ayuda, protección y cuidados. Una de las funciones que más espera
el complaciente de su compañero de vida es que lo guíe en la toma de
decisiones.
Como buen desamparado, espera gestos de aceptación, bienvenida,
benevolencia, caridad. Sin embargo, como el mundo no gira a su alrededor, estas
manifestaciones no son fáciles de conseguir y menos en los ambientes hostiles;
por eso recurre a la estrategia de servir compulsivamente, logrando
hacerse necesario e importante para los demás, y así ser querido al menos por
sus servicios. Si se esmera en ellos, como generalmente ocurre, la aprobación
no se hará esperar y su vida cobrará sentido.
Cuando esta estrategia le falla puede desarrollar
rasgos hipocondríacos que capitalizarán la atención de los demás hacia él, reivindicando
su condición de débil y desamparado.
Es importante su tendencia a subordinarse tomando
los segundos lugares, por lo que evitan ser asertivos, críticos, demandantes,
dar órdenes, impresionar y buscar metas ambiciosas. Así no tendrán que hacerse
responsables en la toma de decisiones y, aunque no les gusten la que los demás
elijan, se pliegan a ellas. Por eso evitan hacer o disfrutar cosas por sí
mismos, hasta el punto de no interesarse por ninguna actividad que no sea
compartida con otros. Otro rasgo notable es su tendencia automática
a asumir las culpas, autoacusándose y revisándose constantemente.
Horney resume el discurso del complaciente en este
párrafo: “Soy débil e indefenso; siempre y cuando esté solo en este mundo hostil,
mi impotencia es un peligro y una amenaza. Pero si encuentro a alguien que me
ame por encima de los demás, no estaré en peligro, porque él (ella) me
protegerá. Con él no debería tener que hacerme valer, porque él (ella) lo
entendería y me daría lo que quiera sin que tenga que pedir o explicar. De
hecho, mi debilidad sería una ventaja, ya que le encantaría mi impotencia y yo podría
apoyarme en su fuerza. La iniciativa que simplemente no puedo reunir para mí
florecería si eso significa hacer las cosas para él (ella), o incluso hacer las
cosas por mí mismo, porque él (ella) lo quiera”.
Todo este cargamento de servilidad y postergación comenzaría
a alivianarse si el Tipo Complaciente experimentara una relación afectiva en la
que fuese amado por lo que es y no por lo que hace; esta manifestación de amor
ablandaría su dura percepción del mundo al demostrarle que no todos son
hostiles y que pudiese darse el permiso de acercarse, expresarse, dar y
recibir, o negar y rechazar según lo necesite, movimiento que es el objetivo
final de todo acompañamiento terapéutico del neurótico.

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