sábado, 29 de septiembre de 2018

El "Tipo Complaciente" de Karen Horney


"No tengo ninguna confianza en mí mismo. Siempre siento que todo el mundo es más competente, más atractivo, más dotado que yo. Incluso las cosas que he logrado llevar a cabo no cuentan, porque no puedo creer que yo las hice; puede haber sido sólo un golpe de suerte. Desde luego, no estoy seguro de que podría hacerlo de nuevo
(Karen Horney)


Estas palabras las pone Horney en labios de quien ella llama el Tipo Complaciente, la persona que ante el conflicto básico elige el movimiento de ir hacia los otros. Y al ue le dedica el capítulo 3 de su obra Our inner conflicts (Nuestros conflictos internos)(1945)

Ir hacia los otros o El Tipo Complaciente

“Me porto bien, luego existo”  es el leitmotiv de su vida. El Complaciente tiene un deseo básico de intimidad y pertenencia combinado con una insaciable necesidad de sentirse seguro. Esta última es la que lo impulsa a negociar como lo hace.  Horney afirma que esta conducta se estructura entre los 5 y 8 años de edad, asociada a la represión de las expresiones de rabia. Si al hacerlo el niño es felicitado o por lo menos sobrevive, descubre que la docilidad le abrirá las puertas en la vida.

Esta docilidad se mantiene con el paso del tiempo y el niño la extrapola al ambiente escolar, laboral y a todos en los que se desenvuelva. Así  va necesitando ser aprobado; necesidad que va in crescendo hasta hacerse, como todas las necesidades neuróticas, compulsiva e indiscriminada, viviéndola en todos los contextos en que interactúa y “generándole ansiedad o desaliento cuando son frustradas.” La docilidad le da la sensación de unidad y estabilidad –seguridad- y se le hace tan necesaria que reprime fuertemente sus tendencias agresivas para no perder su “aparente unidad”.

Además de la docilidad, su sistema de valores se basa en la bondad, simpatía, amor, generosidad, desinterés, humildad. Por eso desarrolla una serie de actitudes que expresan y a la vez refuerzan su docilidad:

Una de ellas es “sobreestimar su congenialidad y sus intereses en común con los que le rodean sin tener en cuenta los factores de separación. Se hacen entrañables, sobreconsiderados, sobreapreciativos, sobregratificantes, generosos…  Incluso llega a persuadirse de que la gente es simpática y confiable y que a él le gusta ayudar a la gente, una falacia que no sólo le dará dolorosos desacuerdos, sino que aumentará su inseguridad.” Son apaciguadores, conciliadores y, por lo menos conscientemente, no guardan rencor.

Debajo de su docilidad subyace una gran sensación de desamparo, considerando a los demás más grandes y capaces que él. Este sentimiento de debilidad e indefensión se exacerba cuando tiene que competir con otros. Por eso tiende a buscarse  un “compañero/a” más fuerte que le cumpla todas sus expectativas de vida, se haga responsable de sus elecciones y, por ser el fuerte de la relación, le proporcione ayuda, protección y cuidados. Una de las funciones que más espera el complaciente de su compañero de vida es que lo guíe en la toma de decisiones.

Como buen desamparado, espera  gestos de aceptación, bienvenida, benevolencia, caridad. Sin embargo, como el mundo no gira a su alrededor, estas manifestaciones no son fáciles de conseguir y menos en los ambientes hostiles; por eso recurre a la estrategia de servir compulsivamente, logrando hacerse necesario e importante para los demás, y así ser querido al menos por sus servicios. Si se esmera en ellos, como generalmente ocurre, la aprobación no se hará esperar y su vida cobrará sentido.

Cuando esta estrategia le falla puede desarrollar rasgos hipocondríacos que capitalizarán la atención de los demás hacia él, reivindicando su condición de débil y desamparado.

Es importante su tendencia a subordinarse tomando los segundos lugares, por lo que evitan ser asertivos, críticos, demandantes, dar órdenes, impresionar y buscar metas ambiciosas. Así no tendrán que hacerse responsables en la toma de decisiones y, aunque no les gusten la que los demás elijan, se pliegan a ellas. Por eso evitan hacer o disfrutar cosas por sí mismos, hasta el punto de no interesarse por ninguna actividad que no sea compartida con otros. Otro rasgo notable es su tendencia automática a asumir las culpas, autoacusándose y revisándose constantemente.

Horney resume el discurso del complaciente en este párrafo: “Soy débil e indefenso; siempre y cuando esté solo en este mundo hostil, mi impotencia es un peligro y una amenaza. Pero si encuentro a alguien que me ame por encima de los demás, no estaré en peligro, porque él (ella) me protegerá. Con él no debería tener que hacerme valer, porque él (ella) lo entendería y me daría lo que quiera sin que tenga que pedir o explicar. De hecho, mi debilidad sería una ventaja, ya que le encantaría mi impotencia y yo podría apoyarme en su fuerza. La iniciativa que simplemente no puedo reunir para mí florecería si eso significa hacer las cosas para él (ella), o incluso hacer las cosas por mí mismo, porque él (ella) lo quiera”.

Todo este cargamento de servilidad y postergación comenzaría a alivianarse si el Tipo Complaciente experimentara una relación afectiva en la que fuese amado por lo que es y no por lo que hace; esta manifestación de amor ablandaría su dura percepción del mundo al demostrarle que no todos son hostiles y que pudiese darse el permiso de acercarse, expresarse, dar y recibir, o negar y rechazar según lo necesite, movimiento que es el objetivo final de todo acompañamiento terapéutico del neurótico.


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